Por estos días varias veces me he encontrado en plena broma
de niños en la calle y me he avergonzado de mi primera reacción. Me explico. De
camino a casa de mi abuela me topé con unos pequeños bandidos tirándole
boliches a los carros. Yo le digo boliches al fruto de un tipo de palma que hay
en muchas cuadras de La Habana, es verde, pequeño pero robusto y duele cantidad
si te da. Cuando digo pequeños bandidos me refiero a tres negritos y dos
blanquitos llenos de churre, todos sobres los 10 años, sin pullover, con short
ripiao y algunos descalzos que es como mejor se mataperrea.
Era un barrio bueno. Es decir, no estamos hablando de ningún
barrio marginal o de fama similar. Al contrario, era una cuadra de las
tranquilas y con cierta paz de suburbio americano. Pero, repito, los niños se
dedicaban a tirarle boliches a cuanto carro pasara frente a ellos. Los choferes
se bajaban, protestaban, les gritaban cualquier cosa bien amenazante y seguían
su camino. Los niños volvían a tirarle en pleno parabrisas un boliche. Los
tipos se bajaban de nuevo, trataban de atrapar corriendo a los bromistas y, por
supuesto, no había quien cogiera a ninguno de esos cabroncitos.
Mi primera reacción fue pararme a mirar, mentira, a
chismear, y a protestar para mis adentros y solidarizarme con los dueños de los
carros. Pero David, no seas descarado, tú hacías lo mismo y peor. Entonces
recordé que con 14 años cuando salíamos de las discotecas nos dedicábamos a
todo tipo de maldades, algunas verdaderas hijeputa'. De esa manera no quedó una
ventana de cristal de las escuelas intacta, a todas les tirábamos piedras,
cocos, palos, cualquier cosa que encontráramos. Con los carros éramos peor.
Para entrar a Alamar hay que transitar por una carretera con una loma a la
derecha. Pues allá nos subíamos nosotros dando miles de vuelta, entre
matorrales, espinas, trincheras y tanques de guerras. Luego allá arriba les
tirábamos cambolos (ni piedritas ni boliches) a cuanto carro pasara.
Los preferidos eran los camellos, los originales. Cada vez
que veíamos el M1 o M3 llovían piedras desde la loma. Hasta hoy no recuerdo
haber roto una cabeza ni nada por el estilo. Lamentablemente los parabrisas de
algunos autos no tuvieron la misma suerte.
Un día descubrimos incluso, y ese mérito sí es mío, que era
mejor no correr sino quedarnos en el lugar como si nada hubiera pasado. Así si
alguien venía les explicábamos que no fuimos nosotros, que cómo le íbamos a
tirar piedras y quedarnos ahí como si nada, que nosotros éramos muy viejos pa
esa bobería, que lo de nosotros ya eran las jevitas y los pornos y que habían
sido unos niños de 10 años que corrieron por ese trillo o aquella cuadra.
Mientras otro chamas del barrio tocaban las puertas de las
casas y corrían nosotros mejoramos el sistema. Tocábamos amablemente, cuando
respondían pedíamos agua con cara de angelito y, por supuesto, cuando viraban
con el vaso de agua nosotros ni andábamos por todo aquello. En 8vo grado nos
enseñaron la reacción del zinc con un ácido ahí. La Profe cometió el error de
explicarnos que eso mismo se lograba con pedacitos de la lata de refrescos y
salfuman. Y allá fuimos nosotros e hicimos la primera bombita con un pomo bien
cerrado lleno de salfuman y pedacitos de latas, cuando aquel gas hacía explotar
el pomo el ruido era infernal. No matamos a ningún pobre custodio de milagro.
Hay cuentos peores. De ninguno me siento avergonzado aunque
tampoco los cuento. Es normal que las personas hagan cosas estúpidas, la
diferencia es que a los niños le perdonamos casi todos. A nadie se le ocurre
decirle a un fiñe de 8 años que es un torturador porque le echó sal a una rana
y vio cómo explotaba o porque usó a una lagartija de carnada para atrapar a una
araña pelua'.
¿La verdad? Extraño mucho esa época, en la que al final todo
se perdona. Ahora ya uno creció y, te guste o no, no siempre se perdona lo que
haces y tienes responsabilidades ante todo lo que te rodea.
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